Viajar sola a Asia es teletransportarse a un mundo de sensaciones. Se puede pasar del escandaloso ruido de las motos al más absoluto relax de un templo, del viento seco del desierto al húmedo y pegajoso calor de la selva, del olor de los animales caminando por la ciudad al suave aroma del incienso, de una ciudad futurista a un pueblo en la que los vivos y los muertes conviven en las casas. Pura contradicción, como todas.
Puedes vivir todo esto y más. Sola pero acompañada. Miedosa pero empoderada. Insegura pero convencida.